domingo, 28 de noviembre de 2010

EL CIELO ESTA LLENO


Son las diez de la mañana y suena mi celular, es Olga que me dice si tengo tiempo esta noche para salir con sus amigas, todavía somnoliento tardo un poco para entender la propuesta. Estar con las amigas de Olga es no dormir toda la noche, no porque sean unas ninfomaníacas (aunque probablemente lo sean), sino porque su sentido de la diversión es embriagarse hasta perder la cordura y luego soltar tantas obscenidades que hasta el presidiario mas peligroso pueda sonrojarse. Yo ya no puedo exigirme de esa manera, alguna vez lo hice y los médicos me dijeron que tengo que estar loco para volver a ese ritmo de vida, por eso aunque me duela decirlo, rechace la propuesta de Olga.

Ella no me dejo ni terminar mis razones, “Acaso te volviste cura?, si tu fuiste quien me inicio en este mundo de desenfreno, y ahora me dices que es mejor dormir temprano y escuchar misa, no me jodas. Te quieres ir al cielo? Si fuiste tú quien me dijo que el cielo estaba lleno, que portarse mal no era buen negocio”. Como olvidarlo, si fue hace unos años, que reté a mi querida amiga si podía embriagar y llevar a la cama al pequeño Sergio, que apenas había cumplido dieciocho, como regalo de cumpleaños. Desde aquel día, mi amiga se volvió una devoradora de hombres. Pero aunque quisiera, ya no puedo seguir así, mi propio cuerpo me castigaría si no lo cuido. “Ya me harte de eso, solo quiero dormir y ponerme a escribir en mis ratos libres. Anda búscate otro loco” le dije antes de colgar.

Al cabo de la siguiente media hora he intentado seguir durmiendo, pero no lo logro. Sigo pensando en la propuesta de Olga, en sus amigas y en lo jodido que puede ser mi existencia si no encuentro historias que contar, era evidente que estando en mi cama durmiendo no iba a encontrar nada interesante, Llamo a mi amiga y le digo donde será el encuentro. Son casi las seis de la tarde y entro al bar “Venecia” donde esta Olga junto con tres amigas y varios tipos que recién conoceré. Todos me preguntan como me llamo, yo doy mi nombre falso, mi edad verdadera y mi empleo ficticio. Hemos bebido por más de tres horas y terminamos en casa de Jorge, el jefe de Olga, compartiendo un Vodka y algo de música cubana. Hubo griteríos, bailes sensuales, sexo desenfrenado y ropa tirada por toda la casa.

Entre el humo de los cigarros, las copas rotas regadas en el piso, los discos de salsa y las fotos de la mujer y los hijos de Jorge, que probablemente están de viaje, en cada pared, pude toparme con mi pasado. Cuantas veces he visto la misma escena en mi vida, solo eran los personajes los que cambiaban, las camas siempre son iguales en todos lados, las mentiras cada vez distintas, pero todo termina en lo mismo: sabanas frías que abrigan el cuerpo de una mujer ajena. Me pongo la ropa mientras Olga me observa detrás de la puerta donde Jorge luce exhausto y dormido, me despido con la mirada, dudando si nos volveremos a encontrar. No se si el cielo sea mi lugar, dudo mucho que la personas como yo tengan un buen final, esta noche solo quiero refugiarme en mis palabras, contando una historia que termine tan vacía, como el alma que un día perdí. No puedo escapar de esta maldición de ser un lobo, un lobito feroz que no quiere descansar… ni ser perdonado.

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA FEMME NIKITA

La noticia estallo como una luz de bengala, lanzando sus brillos hacia todos lados, el viejo Nicanor, dueño de la tienda más angurrienta de la cuadra, había fallecido. Como ocurre siempre en estos casos, todos preguntábamos como había muerto, pero mis hermanas no me daban razón, guardaban recato y hasta decencia para no contarme nada. Lo tuve que averiguar en la calle, pues la noticia era vox populi en cada cuadra. “El viejo Nicanor murió teniendo sexo con Roxana”.

Morir teniendo sexo siempre ha estado entre mis muertes favoritas, sentir el ultimo placer junto al último suspiro es lo que en mi calle llamamos “morir en nuestra ley”, respetando nuestra idiosincrasia de buen macho. El viejo Nicanor ya bordeaba los sesenta años y la pequeña Roxana a quien desde ese día todos los chicos llamaban “Nikita la asesina”, apenas tenía veinte años pero con una larga trayectoria que bien podría espantar a un principiante. Aquella noche “Nikita” salió asustada y en silencio de la casa de Nicanor, dejando la puerta abierta, fue por eso que la gente entro a revisar, pensando que alguien había entrado a robar. Para la sorpresa de las vecinas cucufatas, vieron al occiso postrado en su cama, sin vida y sin pantalones, con esto el viejo Nicanor cumplió uno de sus mas grandes anhelos, marcharse a gusto enseñándoles los genitales a aquellas viejas prehistóricas que siempre criticaban su gusto por las mujeres menores que él.

Pasaron los días y todos hablaban de este suceso, nunca pudieron llevarse presa a Roxanita, los viejos de la cuadra coincidían en que “nadie debería ir a la cárcel por abrir las piernas, eso no es un crimen ni aquí ni en la China”, a cambio de ese susto, la mujer se gano el respeto y hasta un poco de temor de la gente, se tejieron muchas leyendas urbanas respecto a eso, desde que la chica era una loca insaciable hasta decir que en aquella casa habitaba el diablo. Algunas semanas después, ebrio y desorientado, yo andaba de bar en bar con mis amigos, fue cuando me la encontré cerca al baño de hombres, le sonreí y me preguntó si la conocía, “Claro que si, tu eres Nikita la asesina” le dije muy valiente (obviamente porque estaba ebrio), ella solo sonrió, era sorprendente que alguien de veinte años no se sienta cohibida por alguien mayor como yo, eso me gustó mucho. La invite a mi grupo, tomamos varias copas y nos contó lo que sucedió aquella noche. Supongo que las historias van cambiando un poco cada vez que las cuentas, aun si las cuenta la misma protagonista. De todos modos fue grato conocer a la testigo que, a mi parecer, ha presenciado una de las muertes mas lindas que existe.

La noche terminaba y el bar estaba por cerrar, la acompañe a tomar un taxi mientras me daba su número telefónico, no le pedí que se vaya al hotel conmigo, no sé si hubiera aceptado, pero no podía dejarla ir sin antes hacerle la última pregunta: “Dime la verdad, mientras se moría el viejo, pudiste ver una ligera sonrisa en su rostro?”, ella soltó una risa, me acarició el vientre un poco (como si fuese un pequeño buda de la época) y mientras se mordía los labios me dijo: “no puedo asegurarte si fue una sonrisa, solo puedo decirte que lo disfrutó”. Me dejo frio, sin habla ni reacción, apenas pude levantar la voz mientras cerraba la puerta del taxi y desaparecía en la autopista… “Te juro que te llamaré cuando cumpla sesenta años!!”.